Una estrategia que puede ser útil es buscar los ojos de una persona que genere confianza o tranquilidad.
Una vez encontrados, podrán ser puntos de referencia cuando se necesita cierta aprobación o se precisa de mayor seguridad.
Es básico tener claro que aprender una intervención al pie de la letra, de memoria, no es lo más recomendable, ya que un lapsus o un pequeño olvido pueden trastocar todo el discurso e incrementar el nivel de ansiedad y estrés.
Es importante no evitar las situaciones de hablar en público, sino, al contrario, afrontarlas. Si das largas y esperas y esperas a que llegue el día clave de una presentación, todavía va a ser mayor la ansiedad. Es preciso que ensayes con personas de confianza o en ámbitos más pequeños o menos importantes. A veces, simples ejercicios cotidianos como solicitar algo en una tienda, parar a una persona en la calle preguntándole la hora, etc. pueden ser momentos y oportunidades que te ayuden para irte soltando para ocasiones más significativas.
Los ejercicios de relajación son útiles, practicando con una respiración fuerte y pausada, llenando los pulmones totalmente y expulsándolo poco a poco. Otros ejercicios de relajación muscular o corporal son necesarios, presionando algunas partes del propio cuerpo -fruncir el ceño, cerrar fuertemente los puños, tensar las piernas, etc- y relajándolas poco a poco para disminuir el grado de estrés.
Piensa que cuanta más información tengas acerca del tipo de público al que te vas a dirigir, mejor te vas a poder preparar. Sin embargo, la incertidumbre de cuántos y quiénes serán, de lo que esperan de ti, etc. hace que aumente en ti el miedo a hablar en público, a qué decirles y de qué manera llegar. El grado de preparación de una exposición, tu manera de documentarte, van a ser factores que van a influir positivamente en ti si los haces concienzudamente.
Ten presente un guión de la presentación que vas a realizar, un esquema que te oriente, te dirija y evite que te pierdas y que pierdas tú mismo/a los nervios. Ten preparados algunos puntos que puedas utilizar en el caso de que te pierdas. Puedes tener en tu repertorio alguna anécdota o ejemplo que te dé tiempo para volver al apartado principal de tu exposición. Es muy útil que practiques tus intervenciones con alguien de tus amistades o familiares. Te pueden ayudar si se ponen en un papel comprensivo y te dicen con delicadeza aquellos aspectos que puedes mejorar. El espejo, en muchas ocasiones, puede ser un buen cómplice.
Si logras hablar con alguien del público antes de comenzar tu intervención, puedes relajarte de esta manera de forma significativa. Lo primero de todo, preséntate. Te dará soltura y espontaneidad decir en un principio quién eres, por qué estás ahí y qué grado de motivación o interés tienes referente al tema del que vas a disertar. Cierta ansiedad puedes canalizarla si te mueves por el escenario o por el lugar en el que tengas que hablar. Si estás muy nervioso, detrás de una mesa o un ambón, puedes sentirte más relajado, pero ten en cuenta que esta relajación viene porque te percibes más protegido. En ocasiones la mesa es un obstáculo entre el orador y el público, y abandonarla puede ser un signo de naturalidad, de espontaneidad, de cercanía.